miércoles, 16 de noviembre de 2011

La leyenda del Cid

El desarrollo de la leyenda 

La literatura de creación pronto inventó aquello que se desconocía o completaba la figura del Cid, contaminando progresivamente las fuentes más históricas con las leyendas orales que iban surgiendo para ensalzarlo y despojar su biografía de los elementos menos aceptables por la mentalidad cristiana y el modelo heroico que se quería configurar, como su servicio al rey musulmán de Saraqusta. Sus hazañas fueron incluso objeto de inspiración literaria para escritores cultos y eruditos, como lo demuestra el Carmen Campidoctoris, un himno latino escrito hacia 1190 en poco más de un centenar de versos sáficos que cantan al Campeador ensalzándolo como se hacía con los héroes y atletas clásicos grecolatinos.

 En este panegírico ya no se encuentran registrados los servicios de Rodrigo al rey de la taifa de Zaragoza; además, se han dispuesto combates singulares con otros caballeros en sus mocedades para resaltar su heroísmo, y aparece el motivo de los murmuradores, que provocan la enemistad del rey Alfonso, con lo que el rey de Castilla queda exonerado en parte de responsabilidad en el desencuentro y destierro del Cid. En resumen, el Carmen es un catálogo selecto de las proezas de Rodrigo, para lo cual se prefieren las lides campales y se desechan de sus fuentes (Historia Roderici y quizá la Crónica najerense) algaras de castigo, emboscadas o asedios, formas de combate que conllevaban un menor prestigio.

De esta misma época data el primer cantar de gesta sobre el personaje: el Cantar de mio Cid, escrito entre 1195 y 1207 por un autor culto, letrado de la zona de Burgos, Soria, laComarca de Calatayud, Teruel o Guadalajara60 y con conocimientos de derecho. El poema épico se inspira en los hechos de la última parte de su vida (destierro de Castilla, batalla con el conde de Barcelona, conquista de Valencia), convenientemente recreados. La versión del Cid que ofrece el Cantar constituye un modelo de mesura y equilibrio.

Así, cuando de un prototipo de héroe épico se esperaría una inmediata venganza de sangre, en esta obra el héroe se toma su tiempo para reflexionar al recibir la mala noticia del maltrato de sus hijas («cuando ge lo dizen a mio Cid el Campeador, / una grand ora pensó e comidió», vv. 2827-8) y busca su reparación en un solemne proceso judicial; rechaza, además, actuar precipitadamente en las batallas cuando las circunstancias lo desaconsejan. Por otro lado, el Cid mantiene buenas y amistosas relaciones con muchos musulmanes, como su aliado y vasallo Abengalbón, que refleja el estatus de mudéjar (los «moros de paz» del Cantar) y la convivencia con la comunidad hispanoárabe, de origen andalusí, habitual en los valles delJalón y Jiloca por donde transcurre buena parte del texto.61 La literaturización y desarrollo de detalles anecdóticos ajenos a los hechos históricos también se da en las crónicas desde muy pronto.

La Crónica najerense, todavía en latín y compuesta hacia 1190, ya incluía junto a los materiales provenientes de la Historia Rodericiotros más fantasiosos relacionados con la actuación de Rodrigo persiguiendo a Bellido Dolfos en el episodio legendario de la muerte del rey Sancho a traición en el Cerco de Zamora, y que darían origen al no menos literario de la Jura de Santa Gadea. Unos años más tarde (hacia 1195) aparece el Linage de Rodric Díaz en aragonés, un texto genealógico y biográfico que recoge también la persecución y alanceamiento del Cid al regicida de la leyenda de Bellido Dolfos.

En el siglo XIII, las crónicas latinas de Lucas de Tuy (Chronicon mundi, 1236), y Rodrigo Jiménez de Rada (Historia de rebus Hispanie, 1243), mencionan de pasada los hechos más relevantes del Campeador, como la conquista de Valencia. En la segunda mitad de dicho siglo, Juan Gil de Zamora, en Liber illustrium personarum y De Preconiis Hispanie, dedica algunos capítulos al héroe castellano. A comienzos del siglo XIV, otro tanto hará Gonzalo de Hinojosa, obispo de Burgos, en Chronice ab origine mundi. La sección correspondiente al Cid de la Estoria de España de Alfonso X de Castilla se ha perdido, pero la conocemos a partir de sus versiones tardías. Además de fuentes árabes, latinas y castellanas, el rey sabio tomaba los cantares de gesta como fuentes documentales que prosificaba.

Las distintas reelaboraciones de las crónicas alfonsíes fueron ampliando el acopio de información y relatos de toda procedencia sobre la biografía del héroe. Así, tenemos materiales cidianos, cada vez más alejados del Rodrigo Díaz histórico, en la Crónica de veinte reyes (1284), Crónica de Castilla (c. 1300), la Traducción gallega (unos años más tarde), la Crónica de 1344 (escrita en portugués, traducida al castellano y posteriormente de nuevo rehecha en portugués alrededor del año 1400), la Crónica Particular del Cid (siglo XV; con primera edición impresa en Burgos, 1512) y la Crónica ocampiana (1541), redactada por el cronista de Carlos I Florián de Ocampo. La existencia de los cantares de gesta de la Muerte del rey Fernando, el Cantar de Sancho II y la primitiva Gesta de las Mocedades de Rodrigo, ha sido conjeturada a partir de estas prosificaciones de la Estoria de España, análogamente a la versión en prosa que aparece allí del Cantar de mio Cid. Hasta el siglo XIV fue fabulada su vida en forma de epopeya, pero cada vez con más atención a su juventud, imaginada con mucha libertad creadora, como se puede observar en las tardías Mocedades de Rodrigo, en que se relata cómo en sus años mozos se atreve a invadir Francia y a eclipsar las hazañas de las chansons de geste francesas.

El último cantar de gesta le dibujaba un carácter altivo muy del gusto de la época, que contrasta con el personaje mesurado y prudente del Cantar de mio Cid. Pero al perfil del Cid legendario le faltaba aún el carácter piadoso. La Estoria o Leyenda de Cardeña se encarga de darlo recopilando un conjunto de noticias elaboradas ad hoc por los monjes del monasterio homónimo acerca de los últimos días del héroe, el embalsamado de su cadáver y la llegada de Jimena con él al monasterio burgalés, donde quedó expuesto sentado por diez años hasta ser enterrado. Este relato, que incluye componentes sobrenaturales hagiográficos y persigue convertir al monasterio en lugar de culto a la memoria del héroe ya sacralizado, fue incorporado a las crónicas castellanas empezando por las distintas versiones de la Estoria de España alfonsí.

En la Leyenda de Cardeñaaparece por vez primera la profecía de que Dios concederá al Cid la victoria en la batalla aun después de su muerte.62 63 Entre otros aspectos legendarios que se desarrollaron a la muerte del Cid en torno al monasterio de San Pedro de Cardeña, algunos de los cuales se reflejan en el epitafio épicoque ornaba su tumba, pudieron estar el utilizar a dos espadas con nombres propios: la llamada Colada y la Tizona, que según la leyenda perteneció a un rey de Marruecos y estaba hecha en Córdoba. Ya desde el Cantar de mio Cid (solo cien años desde su muerte) esta tradición ha propagado los nombres de sus espadas, de su caballo Babieca y de su lugar de nacimiento, Vivar, si no es que su origen es el propio Cantar de mio Cid, pues es la primera vez que aparecen las espadas, el caballo y el lugar de nacimiento.

 A partir del siglo XV se va perpetuando la versión popular del héroe asentada sobre todo en el ciclo cidiano del romancero. Su juventud y sus amores con Jimena fueron desarrollados en numerosos romances con el fin de introducir el tema sentimental en el relato completo de su leyenda. Del mismo modo, se añadieron en ellos más episodios que le retrataban como un piadoso caballero cristiano, como el viaje a Santiago de Compostela o su caritativo comportamiento con un leproso, a quien, sin saber que es una prueba divina (pues es un ángel transformado en tullido), el Cid ofrece su comida y conforta. El personaje se va configurando, de ese modo, como perfecto amante y ejemplo de piedad cristiana.

Todos estos pasajes formarán la base de las comedias del Siglo de Oro que tomaron al Cid como protagonista. Para dar unidad biográfica a estas series de romances se elaboraron compilaciones que orgánicamente reconstruían la vida del héroe, entre las que sobresale la titulada Romancero e historia del Cid (Lisboa, 1605), reunida por Juan de Escobar y profusamente reeditada. En el siglo XVI, además de continuar con la tradición poética de elaborar romances artísticos, le fueron dedicadas varias obras teatrales de gran éxito, generalmente inspiradas en el propio romancero. En 1579 Juan de la Cueva escribió la comedia La muerte del rey don Sancho, basada en la gesta del cerco de Zamora. En este material se basó también Lope de Vega para componer Las almenas de Toro.

Pero la más importante expresión teatral basada en el Cid son las dos obras de Guillén de Castro Las mocedades del Cid y Las hazañas del Cid, escritas entre 1605 y 1615. Corneille se basó (por momentos al pie de la letra) en la obra del español para componer Le Cid (1636), un clásico del teatro francés. Los románticos recogieron con entusiasmo la figura del Cid siguiendo el romancero y las comedias barrocas: ejemplos de la dramaturgia del siglo XIX son La jura de Santa Gadea, de Hartzenbusch y La leyenda del Cid, deZorrilla, una especie de extensa paráfrasis de todo el romancero del Cid en aproximadamente diez mil versos. También fueron recreadas sus aventuras en novelas históricas a lo Walter Scott, como en La conquista de Valencia por el Cid (1831), del valenciano Estanislao de Cosca Vayo. El romanticismo tardío escribió profusamente reelaboraciones de la biografía legendaria del Cid, como la novela El Cid Campeador (1851), de Antonio de Trueba.64 En la segunda mitad del siglo XIX el género deriva a lanovela de folletín, y Manuel Fernández y González escribió una narración de este carácter llamada El Cid, al igual que Ramón Ortega y Frías. En el ámbito teatral Eduardo Marquina lleva al modernismo este asunto con el estreno en 1908 de Las hijas del Cid. En el siglo XX aparecen versiones poéticas modernas del Cantar de mio Cid, como las que realizaron Pedro Salinas, en verso, y Camilo José Cela.

Las ediciones críticas más recientes del Cantar han devuelto el rigor a su edición literaria; así, la más autorizada actualmente es la de Alberto Montaner Frutos, editada en 1993 para la colección «Biblioteca Clásica» de la editorial Crítica, y revisada en 2007 y en 2011 en ediciones de Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, la última, además, cuenta con el aval de la Real Academia Española. Una de las magnas obras del poeta chileno Vicente Huidobro es La hazaña del Mío Cid (1929), que como él mismo se encarga de señalar, es una «novela escrita por un poeta».

A mediados del siglo XX el actor Luis Escobar hizo una adaptación de Las mocedades del Cid para el teatro, titulada El amor es un potro desbocado; en los ochenta José Luis Olaizola publicó el ensayo El Cid el último héroe, y en el año 2000 el catedrático de historia y novelista José Luis Corral escribió una novela desmitificadora sobre el personaje titulada El Cid.

En 2007 Agustín Sánchez Aguilar publicó la leyenda del Cid, adaptándola a un lenguaje más actual, pero sin olvidar la épica de las hazañas del caballero castellano.

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